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Los psicólogos estadounidenses del consumo ya han acuñado una nueva etiqueta para explicar el excesivo autocontrol en las decisiones de compra: la "hipermetropía". Conozca un invento nuevo para invitarlo al consumismo capitalista imperial.
Hay personas tan obsesionadas por prepararse para lo peor que olvidan el presente y pierden oportunidades. Pero el psicólogo José Antonio Tamayo, del centro Activa Psicología y Formación, recuerda que el dinero es un medio y no un fin.
¿Qué recomendaciones son útiles a la hora de gestionar una situación de ansiedad o depresión por el paro o por no pagar la hipoteca?
Decía el filósofo estoico Epícteto que "la felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior".
Aplicado a los problemas de la vida diaria, como el desempleo o la falta de solvencia económica, podemos entender estas respuestas emocionales -la ansiedad y la depresión_ como reacciones normales ante el peligro y la pérdida, respectivamente, de modo que la solución pasaría por revertir la situación que las originó: emprender acciones para conseguir empleo, reducir o aplazar gastos y aumentar ingresos.
No olvidemos que en estos casos las emociones son el "significante", no el "significado" que se encuentra en el peligro del paro, en los impagos, o en la pérdida de posición socio-económica
¿Cree que puede haber, por el contrario, un excesivo autocontrol, que se está pasando de vivir al día a proyectarlo todo al futuro, como consecuencia de hablar todos los días de la crisis económica y del paro?
Para que un individuo considere la crisis (macro) económica como un verdadero problema (microeconómico), deberá percibir su influencia en el desarrollo de su vida, deberá afectarle personalmente. Esta influencia tiene que ver, entre otros, con factores objetivos como su nivel adquisitivo, su estabilidad laboral y el coste del nivel de vida; con factores subjetivos como su estilo de personalidad (previsor, cauto, irreflexivo, irresponsable...), historia de aprendizaje y experiencias previas.
Pero también con las valoraciones de amenaza y peligro -con más o menos fundamento en la realidad- que provienen de analistas económicos, políticos y medios de comunicación, y que al final configuran un discurso social que adquiere realidad objetiva.
El comportamiento final del individuo será el producto de la convergencia de esos elementos, y podrá variar, pudiendo encontrarse personas más preocupadas por el ahorro y otras que viven más "al día"; lo que confirma que dicho comportamiento no puede tomarse como un indicar fiable para el diagnóstico o pronóstico de la situación económica real, y sí más bien como resultado de las diferencias interindividuales.
Cuando no se trata de una cuestión de auténtica necesidad, sino de prepararse para tiempos peores, ¿qué efectos puede ocasionar sobre una persona prescindir de unas vacaciones que eran habituales o de gastar en cosas o actividades que le producen satisfacción? ¿Pueden llegar a sentir remordimientos, frustración? ¿Cómo pueden influir posteriormente estos sentimientos negativos en su salud, en su equilibrio emocional o en su actividad laboral?
Quien de forma previsora decide prescindir de unas vacaciones habituales o de la compra de artículos de lujo que no son de primera necesidad con el fin de prepararse para tiempos peores, no hallándose en situación de auténtica necesidad, no encontrará motivos para arrepentirse de su elección porque, sea cual sea el resultado.
Se ha defendido de la crisis, que era su principal propósito: si la situación económica empeora, puede decirse que se ha adelantado para reducir su impacto; si la economía no experimenta variación, podrá sentirse satisfecho por haberse expuesto al riesgo de forma "responsable".
En conclusión, se trataría de una cuestión de prioridad de valores, y, sin llegar al extremo de la austeridad, no hemos de dar por supuesto que la renuncia voluntaria a algunas actividades satisfactorias necesariamente vaya a repercutir negativamente en el estado emocional del individuo.
¿Puede llegar a convertirse esta búsqueda del ahorro constante, en dejar de hacer cosas que normalmente se hacen, en una obsesión, en un trastorno de la conducta?
Sí. Cuando se sobrevalora la amenaza de la crisis económica y se sobreestima el riesgo de perder la solvencia con que afrontar los gastos cotidianos, la preocupación por el ahorro puede adquirir una importancia central en la vida del individuo, pudiendo con el tiempo llegar a constituir un "estilo de vida": las medidas de ahorro que comenzaron prudentemente a implantarse se incrementan más allá de lo necesario o se mantienen sin reparar en su eficacia real.
El dinero se convierte en un bien muy preciado que es necesario atesorar en previsión de catástrofes futuras. El gasto, cualquiera que sea, se vive como derroche o despilfarro y genera culpa.
En definitiva, cuando el ahorro se convierte en un imperativo moral y el dinero se torna un fin en sí mismo, en lugar de un medio para favorecer el bienestar personal, pueden aparecer comportamientos que provoquen sufrimiento o deterioren el funcionamiento social de la persona.
No sé si se puede pasar de un endeudamiento excesivo a esta situación de exceso de ahorro, pero, en cualquier caso, ¿cómo se puede encontrar este equilibrio?
Respecto al tránsito entre el endeudamiento excesivo al ahorro desmesurado, tengo dudas de que se produzca de esta manera tan brusca en un mismo individuo. Antes bien, considero que las circunstancias económicas adversas tienden a moderar o restringir la tendencia al gasto de la gente, aunque resultando en diferente magnitud según las características de personalidad de cada individuo.
La gestión personal de la crisis económica debe realizarse atendiendo a los límites y posibilidades reales de cada persona, pero también aceptando el riesgo y la incertidumbre inherentes a cualquier acción monetaria. No es posible garantizar el éxito absoluto porque toda elección entraña la posibilidad de equivocarse; por ello, de lo que se trata es de maximizar las posibilidades de acierto tomando decisiones razonadas y razonables. Desde luego, no es incompatible con llevar una vida tranquila y, hasta cierto, punto despreocupada, en la que siguen teniendo cabida las aficiones personales y el ocio.
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